


Antares
Lau


Turno 2 escribió:
Un gran silencio inundaba la Chechijuguetería. Era tan extraño que hasta la Señora Mádelaf se dio cuenta.
<¿Qué pasa aquí? ¿Dónde están los trabajadores?>
Salió de su despacho y se asomó con curiosidad al almacén, encontrándolo completamente vacío. Fue directa al puesto del supervisor para pedir explicaciones y allí se topó con una escena dantesca; Sansalayne, Antares, Floweredking, Gerold Dayne, Symon Lynch, Aslan Bolton, Nalibia... medía plantilla dormía a pierna suelta sobre un conglomerado de colchones desplegados alrededor de la hamaca de Gerold. Hasta el brazo robot estaba allí, tanteando uno de ellos.
<Los humanos dijeron que venían aquí a recargar las pilas, pero no encuentro el enchufe por ninguna parte.> Serenere estaba muy confusa.
-Esto no puede ser, ese Gerold es una maña influencia –murmuró la Señora Madelaf para sí misma-. Tengo que acabar con este asusto de raíz.
Miro a su alrededor y encontró una caja con uno de los juguetes estrellas de esa temporada; GrumpySadsmile, el gato-piedra. Lo cogió por la cola, se acercó Gerold, y reventó al bello durmiente de un gatazo en la cocorota.
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Shagga llevaba veinticuatro horas enterrado bajo la montaña de libros. Estaba sediento, dolorido y cada vez le costaba más respirar. Como buen beato, recurrió a su santo favorito y entonó una plegaría desesperada.
-San Cucufato, San Cucufato, acuérdate de mí un rato.
Al principio no ocurrió nada, para desazón de Shagga, pero unos segundos después una niebla brotó de algún rincón de la habitación, dando paso después a un cálido resplandor. La fuente era una brillante aureola celestial que coronaba la cabeza de… ¡Una cucaracha gigante!
-¡Hola, soy el Cuqui! ¿Me has llamando?
-Pe-pe-pero tú eres, eres…
-Ay, no te asustes. Es que soy de otro mundo más árido y remoto.
<No puede ser un santo. Debe tratarse de un extraterrestre.> Resolvió Shagga.
-¿Eres marciano? –Probó el doctor.
-No, murciano –respondió la cucaracha.
-Ah… Que vienes de Murcia.
-¡Acho!
-¿Y qué haces aquí?
-Tú sabrás, que me has invocado –Replicó la cucaracha.
-¡Oh, disculpa! Es que pensé que tendrías un aspecto más humano.
-Si tuvieras que soportar temperaturas de setenta grados lo entenderías, pero… ¿vamos a estar todo el tiempo hablando de mí o me vas a contar para qué me has llamado?
-Bueno, es que llevo aquí enterrado desde la noche anterior y quería saber si podrías sacarme. Ya sabes, por la fe y todo eso.
La cucaracha extrajo un dado de veinte de debajo de sus alas y lo hizo rodar sobre la mesa de la enfermería.
-¡Uy! Lo siento, un uno. Ha salido pifia. Te tienes que quedar aquí.
-Pero San Cucuf…
-Llámame Cuqui.
-San Cuqui, yo le rezo todos los días. Soy muy creyente y devoto.
-¿Y todas esas revistas que guardas en el fondo del cajón?
Shagga se quedó sin habla.
-Sí, sí, esas cochinadas –insistió Cuqui-. Y no me digas que son pobres chicas que no tienen dinero para comprar ropa. ¿Qué pensabas? ¿Qué el cura de tu parroquia mentía cuando decía que nada de tocamientos? ¡¡Shagga dimisión!!
El viejo médico comenzó a sollozar.
-Sí, hombre. Ahora pucheros. Nada hijo, ahí te quedas, pero para que veas que soy bueno, te dejo un regalito para que tus últimas horas en este mundo sean más llevaderas. Es una copia de la segunda parte de Tres canijos y pico…
Y Shagga no permitió que aquella ignominia lo tocase. Prefirió arrancarse la lengua a dentelladas y morir con honor. Por fin, dimitió.
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Había pasado media jornada desde que la Señora Madelaf ajusticiara a Gerold. Los empleados estaban siendo mucho más eficientes desde aquel entonces, sin duda un poco de mano dura de vez en cuando les venía bien.
<Tal vez debería pasarme un momento por el puesto del supervisor para asegurarme de que no se vuelven a escaquear.>
Se levantó de su mesa y abrió la puerta, pero entonces sonó el teléfono. Olvidó su idea inicial y atendió la llamada.
-¿Sí?
-Señora Madelaf -susurró una voz ronca que trataba de ocultar su tono original.
-Sí. ¿Quién es?
El emisor colgó el teléfono y la Señora Madelaf se quedó dudando; la voz que le había hablado desde el otro lado de la línea le resultaba familiar, pero no lograba identificarla. Aquella distracción sirvió para que una sombra se colara sigilosamente en su despacho. El visitante iba armado con una regla de Hello Kitty cuyo extremo había sido concienzudamente afilado. Aprovechó el factor sorpresa y, antes de que la Señora Madelaf se percatara de su presencia, la apuñalo sin piedad.
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El joven Agus Kerman paseaba junto a Ellaria por los pasillos de la Chechijuguetería cuando algo llamó su atención.
-¡Eh! ¿No hueles eso?
-¿El qué? –Inquirió Ellaria.
-Huele como a quemado… ¡Algo está a punto de explotar!!
¡Esto parece Silent Hill!
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