Loboblanco observó horrorizado cómo Asha degollaba a Bendar con un cuchillo.
Rápidamente agarró un atizador para defenderse.
―¿Qué mierda está pasando aquí?
―Tranquilo―le dijo Sansalayne―. Asha te explicará, no te preocupes.
Asha se tomó su tiempo limpiando el cuchillo.
―Hace veinte años, cuando yo solo era una niña, mis padres alquilaron una casa para veranear en este pueblo. Esta misma casa en la montaña. Lo pasamos muy bien, la verdad, y congeniamos mucho con los dueños de la casa.
―Los padres de Bendar―dijo Loboblanco. Un escalofrío le recorrió la espalda.
―Exacto―contestó Sansalayne.
Asha prosiguió.
―Veo que ya estás empezando a comprender. El décimo premiado, la avaricia… Los padres de Bendar entraron por la noche junto con los de Serenere, Boubaris y Madelaf, nos sacaron de la cama, nos pincharon rohypnol, nos quitaron la ropa y la cambiaron por ropa de calle, y finalmente nos arrojaron al río. No me preguntes cómo, pero conseguí salir. Mi familia no.
Loboblanco conocía perfectamente la historia que le estaba contando. Él no tuvo que declarar, como sí hicieron Bendar y Serenere.
―Estás loca. Yo no era mucho mayor que tú, ¿qué culpa tenemos nosotros? ¿Qué culpa tenía Bendar? ―Le preguntó Loboblanco.
―¿Y qué culpa tengo yo?―Preguntó Asha a su vez. ―Asesinasteis a mi familia. Intentasteis matarme a mí. Luego os fuisteis del pueblo a disfrutar del dinero que legítimamente nos pertenecía.
Loboblanco se dirigió a Sansalayne
―¿Y tú? ¿Por qué la ayudas? Nos conocemos desde niños, ¿cómo puedes hacernos algo así?
―Porque mi madre lo sabía todo y ha vivido amenazada toda su vida para que no hablara―contestó Sansalayne―. Pero eso ya se acabó.
―¡Eres una traidora y una chivata! ¡Nos has traído aquí con la excusa de tu boda para que esta loca nos mate!
Loboblanco se abalanzó con furia sobre Sansalayne y le atravesó el pecho con el atizador.
Asha saltó sobre su espalda y le apuñaló repetidamente.
Recogió y limpió todo rastro que pudiera delatar que había estado allí ese fin de semana y se marchó.