Nalibia se adentraba sola en la pirámide, con una antorcha y su inseparable cuaderno de dibujo. No sabía muy bien qué oscuros manejos habían terminado condenándola. La verdad es que nunca había confiado mucho en la justicia de las personas mayores. Pensaba que al ser una estudiante más joven e inexperta que el resto de la expedición, se habían aprovechado de ella.
Nali empezó siguiendo las notas que había ido dejando Ellaria en cada estancia. Primero encontró una cámara llena de serpientes, que se asustaron fácilmente ante el fuego de la antorcha. Después, las anotaciones de su predecesora le explicaron cómo se había desecho de un par de esqueletos enrollando sus piernas con el látigo y haciéndolos caer, y de una momia pegándole fuego. La joven estudiante encontró, efectivamente, un amasijo desordenado de huesos y un montón de cenizas que corroboraban la versión de la intrépida arqueóloga. El aire de la pirámide se le hacía un poco menos sofocante, al ver cómo Ellaria le había ido allanando el camino.
Sin embargo, al llegar a un cruce de pasillos, vio algo espantoso en el nivel por debajo de ella: una especie de bola inmensa de carne blancuzca, que parecía emitir una especie de gemido y rodaba una y otra vez sobre unos huesos y lo que parecían unos harapos. Acercándose sigilosamente, Nalibia vio que aquellos girones de ropa eran los restos de la chupa de cuero y los pantalones de lino de Ellaria. Aquélla “cosa”… no era en realidad una sola cosa, sino un amasijo de miles y miles de pequeños gusanos blancos carnívoros. El bolón gusanero repasaba una y otra vez el cadáver de la exploradora, arrancando en cada pasada un poquito más de carne, y regurgitando el material inorgánico. Vaya final más horrible para Ellaria, pensó Nali, mientras dejaba en ese cruce una copia del dibujo de la espantosa escena y se guardaba el original en su cuaderno.
Impresionada por la visión, la estudiante siguió su camino y llegó a una estancia que tenía todo el aspecto de estar habitada. Había alfombras por el suelo, una mesa con papiros encima, una silla, estatuas e incluso… sí, una mujer viva reclinada sobre un diván. Tenía aspecto de antigua egipcia, de unos 18 a 20 años de edad, ricamente ataviada y con una inquietante mirada dirigida hacia el techo.
La mujer se levantó con gesto sensual y se acercó a su visitante. Nalibia aún aturdida por u visión del cadáver de Ellaria, soltó automáticamente:
—¿Cómo se llama?
—Nefer —contestó la mujer.
—Vale, Nefer de nombre de pila. ¿Y de segundo nombre?
—Nefer —volvió a decir la antigua egipcia.
—No, si ya lo he pillado. “Nefer” de primer nombre. Ahora dime tu segundo nombre y tu apellido. Es como se presentan las personas civilizadas.
—Nefer. Nefer. Nefer. Significa “hermosa.”
—¡A ver, que ya he pillado que te llamas “Nefer”! ¡No hace falta que me lo repitas todo el rato! ¡Tampoco creo que sea tanto pedir, que me digas tu segundo nombre o tu apellido! ¡Vaya modales gastáis aquí en esta pirámide!
—¡Ya te he dicho que me llamo Nefer! ¡Nefer de primero, Nefer de segundo y Nefer de tercero! ¡Nefer, Nefer, Nefer! ¡Porque soy muy, muy pero que muy hermosa!
—No, si desde luego “Modesta” no te iban a llamar. Pues yo me llamo “Nali” de nombre e “Ibia” de apellido. Por eso la gente suele llamarme “Nalibia.”
—¿En serio les dejas que combinen tu nombre y tu apellido para llamarte… una “cosa” compuesta? ¿Es que no tienes respeto por ti misma?
—Mira, Nefer al cubo, llevo un día muy malo como para aguantarle frescas a un vejestorio como tú. —En ese momento, Nefer Nefer Nefer le soltó un pellizco en la nuca a Nalibia—¡Au! ¿Qué haces? No te ofendas porque te llame vieja, si debes de llevar aquí 3200 años.
—¿Qué dibujas en ese cuaderno?
—Ah, esto. Son dibujos que tengo que hacer de cada estancia que recorro. Hago una copia en carbonilla y la dejo en cada habitación. Mira, esta soy yo entrando en la pirámide.
—¿En serio? Pero si es un moñigote con falda. Parece una mujer palo, como los que dibujaban los prehistóricos. ¿El arte en tu época ha retrocedido a ese nivel?
—Mira, Nefer, está claro que no tienes ni idea de arte. Esto es lo que llamamos “Pintura Esquemática”, y ahora mismo es lo más. ¿Sabes lo que dijo la mismísima Sonia Delaunay sobre estos dibujos? “El Arte Esquemático ha roto las cadenas que el dibujo figurativo había impuesto al ser humano, desde las cavernas de Altamira hasta el descubrimiento de la fotografía.” ¡Ja! ¿Cómo te quedas? ¡Mis dibujos son pura vanguardia!
—Yo lo llamaría más bien “retaguardia”, jajaja. Dibujar como los prehistóricos, ¡vaya tontería! También puedes llamarlo “Hombrepalismo,” jajaja.
—Mira “guapa,” está claro que no nos vamos a entender. Tú no debes de tener entendederas más que para poner esos ojitos absurdos a los hombres y abrirte de piernas siempre que te lo pidan.
—Vuelves a equivocarte conmigo, señorita Hombrepalismo. Yo fui agente secreta del faraón Akhenatón y de la reina Nefertiti.
—¡Anda ya, menos lobos, Nefernefernefernefernefer! ¡Hasta nunca! Yo sigo mi camino.
—Eso, eso, tú sigue. Que te queda poco ya…
Tras este tenso y desagradable encuentro, Nalibia atravesó un par de corredores y llegó a otra estancia muy diferente. Esta estaba llena de armarios con papiros y mesas con tinta y pergamino. Al entrar, la esperaba, sentada, la estatua de un escriba.
—Bienvenida a su nuevo hogar —dijo el escriba, que hablaba con un tono muy funcionarial.
—Oh, vaya, qué amable. Pero tampoco espero quedarme aquí mucho tiempo ¿eh? Tengo que seguir mi ruta.
—Tome el libro.
—Muchas gracias. A ver… pero ¡Si es el Libro de los Muertos! ¡El Necronomicón! ¡Hala! ¡Muchas gracias, de verdad!
—No, no ese Libro de los Muertos. Para ser exactos, este es el Libro DE los Muertos. El Necronomicón es el Libro ACERCA DE los Muertos. Venga, a ver: nombre completo, fecha de nacimiento y profesión.
Nalibia, que como sabemos no era muy de confiar así por las buenas en la autoridad establecida, respondió:
—Eh, eh eh. Para el carro. ¿Qué vais a hacer con mis datos personales? ¿Y para qué dais el libro?
—No te preocupes por eso. Tus datos están seguros con nosotros. Se almacenan bajo llave en una cripta en el nivel -14 de la pirámide. No serán utilizados para fines distintos que promover la gloria de Atón y nunca los cedemos a terceros.
—Ah, bueno, entonces me parece bien. Nali Ibia, nacida en Damietta, Egipto el 24 de marzo de 1902. De profesión fotógrafa, ilustradora y estudiante de Bellas Artes. También intenté ser
Justiciera, pero nunca llegué a ejercer. ¿Y lo del libro?
—Oh, dibujante, ¡excelente!, excelente. Pues venga conmigo, Señorita Ibia, que tenemos mucho trabajo para usted.
—Antes, explíqueme lo del libro.
—Pues verás, como acabas de morir, te lo tienes que estudiar para conocer tus nuevos derechos y obligaciones.
—¿¿¿Que acabo de quéééé??? ¡Pero cómo voy a estar muerta, si estoy hablando con usted! ¡Eso es imposible!
—Si estuviera viva, ¿cree que podría hablar con una estatua? Vamos, me parece que el suyo es el típico caso de muerte por la Maldición del Escorpión de Jade.
—¿El Escorpión de Jade? ¿Ese no es el título de una película cinematográfica?
—No. Es el dardo envenenado de Nefernefernefer. ¿Se ha encontrado con ella, verdad?
—Sí, claro. Dos pasilos a la izquierda, en una especie de saloncito.
—¿Y no ha notado como que le pellizcaba en la nuca?
—Pues… sí.
—Pues entonces ya está. Es lo que le digo, Señorita
Nali Ibia. Está usted muerta y bien muerta. Prueba de ello es que puede leer ese libro que tiene entre manos.
Nalibia cogió el libro y, efectivamente, comprobó que podía leerlo sin ninguna dificultad, pese a estar escrito en escritura demótica del Antiguo Egipto, que ella no conocía. Probó a soplar sobre su mano y no salió ningún aliento. “Bueno”, pensó, “se me ocurren muchas muertes peores que esta”.
Nalibia se adentró en la estancia, que era mayor de lo que parecía. Otros hombres y mujeres de distintas edades y épocas históricas se afanaban copiando, ilustrando o enrollando pergaminos. El escriba asignó un puesto a la estudiante y se puso a dibujar. Les iba a dar "hombrepalismo" para rato, a estos servidores de Atón. Total, no la podían matar, ni siquiera despedir...