Estando el grupo todavía junto a la tina de sangre de cerdo en el monasterio de Monesterio, el pobre Aslan dio su última boqueada y asomó un instante por encima del nivel de la sangre, para decir:
—A… Ash..ASHA
—¡No hay duda! ¡Con su último aliento ha señalado a su asesina! —dijo Loboblanco. —Así pues, yo os acuso, Asha, del asesinato de Fray Aslan de Baskerville.
—¡Pero qué acusación más innoble y rastrera! ¡Sin duda estaba llamándome para pedir auxilio para salir de la tina! —respondió la interpelada, con el asentimiento general.
—¡Esto es indigno de un hidalgo asturiano! ¡Merecéis la muerte, Loboblanco! —dijo Lau Bu.
Todo el grupo, menos Liadriel, empezó a corear ¡MUERTE! ¡MUERTE! ¡MUERTEEE! Y de inmediato se abalanzaron sobre el sorprendido Loboblanco, asaltándole y golpeándole con puñetazos, patadas, arañazos, tirones de pelo e incluso escupitajos.
Sólo Liadriel se mantuvo al margen: —Yo no participo en linchamientos, esto no es justicia sino venganza. Yo no mato a nadie sin el debido proceso judicial.
Tras un par de interminables minutos de abuso, finalmente alguien rompió una baldosa del suelo y la estrelló repetidas veces sobre la cabeza del desventurado Lobo, acabando definitivamente con su vida. Cuando la turba se dio cuenta de que el asturiano estaba muerto y bien muerto, procedió a registrarle… y vieron que se había agenciado los anteojos de Fray Aslan de Baskerville. Así se dieron cuenta de su error, pues habían linchado vilmente a Loboblanco, el Espía.
—Vámonos de este lugar maldito antes de que nos matemos todos entre nosotros —dijo Boubaris. —Fray Lucho no será culpable de las muertes, pero sí nos está entreteniendo como un titiritero y alejándonos de nuestra misión.
—De acuerdo, Boubaris, pero antes de eso, registremos las pertenencias de Fray Aslan —sugirió Asha.
Entre los cuadernos del finado, encontraron una serie de mapas muy detallados de Gibraltar. Parece ser que Fray Aslan había estado presente en el asedio y toma de la ciudad.
—¿Qué curioso, no? ¿Qué interés puede tener un fraile franciscano inglés en una fortaleza en el Estrecho? —se preguntó Ellaria.
—No me fío de la pérfida Albión —respondió Boubaris. —Sus mercaderes nos hacen competencia desleal siempre que pueden. Yo metería esos planos discretamente en la biblioteca de este monasterio y enviaría el resto de sus papeles a su convento en Inglaterra.
Sólo Lau Bu estuvo de acuerdo con la sugerencia de Boubaris, oponiéndose el resto; por lo que todas las pertenencias del difunto fueron remitidas a la Abadía de Baskerville. Lo que no podían saber era que, cuatro siglos más tarde, la escuadra anglo-holandesa que invadió el Peñón llevaba mapas que eran copias de copias de copias de aquéllos dibujos tan detallados que había hecho el bueno de Aslan en 1309.
—Ay, la toma de Gibraltar… qué buenos recuerdos me trae… con perdón de su Alteza, Sansa —dijo Asha.
—Decidme sólo una cosa —respondió la reina mora. —¿Diríais que mis tropas lucharon bien?
—Tan bien… como cabía esperar —replicó Ellaria, haciendo un esfuerzo por ser diplomática.
Las supervivientes se limpiaron un poco, ocultaron el cadáver del hidalgo como mejor pudieron y se despidieron rápidamente y sin ceremonias de Fray Luis Enrique y de aquél monasterio, que a partir de entonces empezó a ser conocido como “El Monasterio de la Roja Sangre”; nombre que, con el correr de los siglos, se desgastó a “El Monasterio de la Roja”. Muchos siglos después, un escritor italiano se haría famoso con una novela superventas ambientada en estos sucesos, llamada “El Nombre de la Roja”.
Cruzaron las supervivientes las dehesas extremeñas en los siguientes días. Eran tierras tranquilas, grandes latifundios que suscitaban la envidia de Boubaris. Al cabo de cinco días, hallándose ya al Norte de Cáceres, pararon en una gran villa rural cerca de Plasencia. Allí fueron acogidos por una familia noble que deseaba, sobre todo, congraciarse con Liadriel como mano derecha de la reina.
Unos criados dispusieron unas bañeras con agua caliente. En una habitación para las mujeres y en otra, solamente Boubaris, al ser el único hombre superviviente.
El mallorquín se había desvestido y metido ya en su tina, cuando se acercó un sirviente de la casa con un frasco de sales.
—¿Qué traes ahí, muchacho?
—Unas sales que me ha dado una de sus compañeras. Dice que le harán inolvidable el baño.
—Ah, vaya qué considerada. Pues sí que me merezco un buen baño con su espumita y demás. Después de haberme pasado por la piedra a medio grupo y viajar desde Jaén hasta aquí, estoy bastante asqueroso, la verdad.
El mozo vertió las sales en la bañera del mercader. El agua se tiñó de negro y Boubaris comenzó a chillar. El agua le quemaba y al gritar, se le metió de lleno en los pulmones. Su cuerpo se hinchó, adquirendo forma y color grotescos, y expiró entre atroces dolores.
Las mujeres del grupo, al oír los gritos en la estancia contigua, se pusieron unos caros albornoces y salieron precipitadamente a ver qué pasaba con su compañero. Sólo llegaron para ver el cadáver del Conde Mor flotando en el agua. Así cayó Boubaris el Mancebo / Stripper.
Ellaria estaba muy impresionada por la escena y citó:
“El tercer ángel tocó su trompeta. La tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y mucha gente murió por las aguas, que se habían vuelto amargas“
Las supervivientes salieron de aquélla mansión a la mañana siguiente, tras dar cristiana sepultura a Boubaris de Manacor, quien ya no podría legar sus títulos de Conde Mor y Señor de Barbate a sus descendientes. Entre su testamento destacó una previsión, que Liadriel convirtió inmediatamente en Real Cédula y envió por mensajero a Sevilla y Toledo:
“Deseo que, a partir de mi muerte, si Su Majestad puede conceder esta merced a su leal servidor, las Islas Baleares aparezcan en los mapas de las Españas a la derecha de la Península Ibérica, en su posición natural, y no en ese maldito recuadro abajo a la izquierda, que no se corresponde en absoluto con su situación geográfica”.
El grupo recorrió las dos etapas que quedaban hasta Salamanca en un silencio casi total. Allí fueron objeto de un recibimiento muy poco entusiasta por el Decano de la Facultad de Derecho, que no estaba muy contento con los recortes a su presupuesto impuestos por Liadriel.
—¡¿Cómo dice?! ¡¿Que nos alojan en una residencia femenina de estudiantes?! ¡Pero que soy la Notaria Mayor del Reino! ¡Exijo como mínimo una habitación en el Palacio Episcopal! Que además estamos en verano y la mayoría de la gente estará de vacaciones, así que seguro que hay sitio de sobra.
Tras las airadas protestas de la Mano de la Reina, las cinco supervivientes recibieron lujosas celdas en el convento de las Clarisas, orden de monjas muy ligada a la realeza castellana.
Tras un breve descanso y cambio de ropa, las Chechinillas fueron a la Biblioteca universitaria para buscar pistas sobre la Universidad del Diablo. El cansancio las fue venciendo una a una y se retiraron a sus mullidos aposentos. Todas excepto Liadriel, que era infatigable en su devoción a los Reyes y seguía buscando, aun de noche, a la luz de un candil.
La Notaria Mayor del Reino encontró un texto que parecía interesante. Despertó a la bibliotecaria y le hizo sacar una copia. Pese a sus protestas, Liadriel la envió como mensajera al convento de las Clarisas, para dejar el texto en sus aposentos. Así se quedó sola en la oscura biblioteca.
Bueno, eso pensaba ella… porque a los dos minutos de salir la bibliotecaria con su valioso documento, una sombra se cernió sobre la agotada Liadriel, llevando una esfera armilar en la mano. El brutal impacto destrozó la cabeza de la Notaria Mayor del Reino y también hundió hacia dentro la esfera con sus planetas.
A la mañana siguiente, la bibliotecaria descubrió el cadáver de Liadriel la Ermitaña y no pudo evitar recordar estos versos del Apocalipsis de San Juan:
“El cuarto ángel tocó la trompeta. Y fue herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las estrellas”