Año 1346 a.C. La reina Nefertiti contemplaba Ajetatón, la nueva capital de Egipto, desde la ventana de su palacio, mientras masajeaba su vientre, que ya se iba abultando por su tercer embarazo.
La vista de la ciudad era magnífica, al menos a vista de pájaro. Los planos que hacía su marido, el faraón Akenatón, estaban llenos de templos, palacios y grandes avenidas:
En su visión no había puestos de fritanga, tabernas o cloacas: ni de desagüe, ni del Estado. Nefertiti pensó, como era habitual, que formaban un magnífico tándem: él, idealista; ella, pragmática.
En fin, ya iba siendo hora de pensar en el monumento funerario que les haría pasar a la posteridad. Akenatón quería una pirámide, aunque hacía ya más de 400 años que ningún faraón se enterraba así. Pero los ladrones de tumbas no tenían piedad, ni respeto por los muertos. Además, Nefertiti era consciente de que mucha gente les odiaba por haber cambiado la religión oficial del país. Habían sustituido el culto a innumerables dioses zoomorfos por la adoración a Atón, el Disco Solar, Único Dios Verdadero. La reina temía que, en cuanto muriesen, los siervos de los antiguos dioses profanaran su sepulcro. Por eso ella quería que les enterraran en un lugar secreto, que sólo se revelase en el futuro cuando la gloria de Atón, fuera reconocida sin disputa por todo Egipto. Si alguien podía resolver esa dualidad entre sus deseos y los del faraón, era…
—Llamad a Chechithep.
—¿A Chechithep? Majestad, con el debido respeto… como bien sabéis, está cumpliendo condena por corrupción.
—Sí, sí, ya lo sé, la pillaron con las manos en la masa en la Operación Púnica, pero es la mejor arquitecta de este país. Quiero que la traigan.
En este momento hay que explicar algo que puede resultar extraordinariamente difícil de comprender para la mentalidad española actual. Os pido que hagáis un esfuerzo:
Resulta que, en los primeros años del reinado de Akenatón, este había ordenado construir numerosos edificios públicos en la anterior capital, Tebas. Organizó un concurso público al que podían presentarse todos los arquitectos del país. La ganadora fue la joven y ambiciosa arquitecta Chechithep.
Al cabo de pocos meses, el siniestro maestro constructor Marj Aliz se conchabó con Chechithep y con el Intendente del Tesoro en la ciudad, conocido como “El Barbas”. La arquitecta ponía materiales en exceso en sus planos; Marj Aliz los desviaba para construir viviendas de lujo que se adjudicaban los tres confabulados, vendiéndolas luego a precio de oro; y finalmente, el Barbas aprobaba los pagos y arreglaba la documentación.
Durante un tiempo, la trama funcionó y los compinches se hicieron ricos. Pero que muy ricos. Sin embargo, a Nefertiti empezaron a no cuadrarle las cuentas. Decidió abrir una investigación, encargándosela a su mejor agente secreta. En la llamada “Operación Púnica” cayó todo el entramado corrupto. El Barbas, al ser funcionario, fue ajusticiado en la plaza mayor. Su nombre fue condenado al olvido, de ahí que sólo se le recuerde en los anales por ese mote un poco ridículo. Chechithep y Marj Aliz, al no tener cargo público, se salvaron del patíbulo y en su lugar fueron condenados a diez años de prisión.
Al cabo de unas semanas, la arquitecta convicta fue llevada, cargada de cadenas, a una antecámara de la Casa Jeneret, el palacio de la Gran Esposa Real.
—Chechithep, nos has robado, al faraón, a mí y al pueblo egipcio, y estás cumpliendo tu justa condena. Puede que seas la mejor arquitecta del país, pero en cuanto a honradez, ¡eres la última!
—Mi señora: con todo el respeto, si la mayoría de arquitectos de Egipto no están conmigo en prisión, es porque son mejores que yo. Porque no les han pillado.
A Nefertiti le gustó la altanería de la arquitecta. El trabajo que tenía para ella no era precisamente para una mosquita muerta.
—Chechithep, ahora levántate. Tengo un encargo para ti. Mejor dicho, tenemos. El faraón y yo.
—¿Mi… mi señora?
—Como decía, sé que eres la mejor arquitecta de Egipto. Es un cometido sólo a la altura de la más grande. El sepulcro del faraón y mío. Él quiere una pirámide. Yo quiero un lugar secreto, pero que se pueda revelar al mundo cuando, en un futuro, la gloria de Atón reine sin oposición.
—Ya veo, ya… ¿y para mí qué hay?
—Una vivienda de dos estancias, aquí en Ajetatón. Con una criada. Y si quedamos contentos, cuando acabes el trabajo, un indulto por la parte de condena que te queda.
—Vivienda de cuatro estancias con tres criados. Con vistas al Nilo.
—Tres estancias y dos criados. Con vistas al Palacio Real.
—¡Hecho!
—Bien. Y ahora, ¿qué necesitas para empezar a trabajar?
—Hebreos.
—¿Cómo, hebreos?
—Sí, ya sabe lo que dice el refrán: “avaros como curas y tercos como mulas”, jejeje pero… vaya si saben trabajar. Además, su marido les cae bien. —Nefertiti se tuvo que contener ante tamaña insolencia. ”Su marido” había dicho, la deslenguada… como si estuviera tomando un refrigerio con las amigas. —Les gusta esta idea de un Dios único al que no se puede ver, ellos también creen en algo parecido. Ah, y no se van de la lengua. Al menos, no con los egipcios.
—Tendrás tus hebreos, Chechithep.
—Y mi casita con dos criados.
—Eso también. Ahora, ya sabes. Empieza con los planos. Eso sí: como se te ocurra estafarnos aunque sea un puñetero siclo… la prisión de Tebas te va a parecer un palacio.
Al cabo de un mes, Akenatón y Nefertiti acudieron al puerto fluvial de Ajetatón para ir a comprobar los progresos de Chechithep.
La arquitecta, que lucía mucho mejor aspecto que en su anterior encuentro, les dijo:
—Majestades, será mejor que vayan de incógnito. Ah, y no vamos a coger ningún barco.
—¡Pero cómo! —replicó Nefertiti —Todo el mundo sabe que las necrópolis siempre están en la orilla occidental del Nilo. Occidente, la caída del sol, la muerte, ya sabe, esas cosas.
—Igual que sus Majestades y yo, también lo saben todos los ladrones de tumbas de Egipto. Por eso, su sepulcro va a estar en la orilla oriental. Además, ¿no luce la gloria de Atón sobre todos los seres humanos, dondequiera que se encuentren? ¿Qué diferencia hay para Él entre una orilla u otra?
Los faraones y sus escoltas cambiaron sus ricos ropajes por los de simples mercaderes. Caminaron unos siete kilómetros hasta una depresión entre tres colinas. Allí se encontraban ya cientos de hebreos, levantando terraplenes mientras cantaban extraños salmos a su Dios malhumorado e invisible.
—Explícanos, Chechithep —dijo el faraón, con su voz aterciopelada.
—Miren, los hebreos están vaciando la hondonada. Aprovechan la arena para levantar un terraplén en cada lado, que reforzaremos con madera. Así, cada palada de arena vacía el valle y sube la pared. En el hueco que quede erigiremos la pirámide. Cuando esté terminada y llegue el día de su… inauguración, derribaremos los muros de madera que contienen la arena y así quedará totalmente cubierta. En el futuro, cuando la gloria de Atón irradie por todo Egipto, sus sucesores no tendrán más que apartar la arena y reconstruir las empalizadas para disfrutar de este monumento.
Habló entonces el faraón:
—Chechithep, sin duda Atón ha guiado tus pasos. Sé que pecaste en el pasado, pero Su Gloria te ha inspirado esta obra divina. Termínala bien, termínala a tiempo, y tienes mi promesa de que te enterraremos aquí con nosotros.
Nefertiti no pudo por menos de admirar la perspicacia de su esposo. Le había prometido a la arquitecta el mayor honor al que podía aspirar cualquier egipcio: ser enterrado con su faraón. Y además, no les costaría nada. Viendo la cara de satisfacción de Chechithep, Nefertiti pensó: “sigue siendo una hija de puta, pero ahora es NUESTRA hija de puta.”
Los años pasaron. Akenatón, Nefertiti y Chechithep murieron y fueron enterrados en la pirámide. La herejía de Atón sobrevivió poco tiempo a sus creadores, y Egipto volvió al politeísmo. El gran sepulcro real y la ciudad de Ajetatón durmieron olvidados en las arenas durante milenios, a salvo de los ladrones de tumbas, visitados tan sólo por unos pocos iniciados cada varios siglos. Hasta que…
…En el año 1799 d.C. ¡Liberté! ¡Egalité! ¡Fraternité! El ejército de Napoleón Bonaparte llegó hasta el pueblo de Tell-el-Amarna, y la ciudadana Sérènërê (pronúnciese “Segueneg”), perteneciente a los famosos “Savants” o “Sabios” que acompañaban a las tropas francesas, redescubrió las ruinas de la capital de Akenatón para el gran público. Tell-el-Amarna fue ampliamente explorada desde entonces, pero no se encontró la pirámide. Ni siquiera se conocía su existencia. Hasta que...
...En la tumba de Tutankamón, hijo o sobrino de Akenatón, descubierta el año pasado (1922), se encontraron jeroglíficos que indicaban que el faraón hereje había sido enterrado en una pirámide cercana a su capital, construida por la arquitecta Chechithep. Animada por este descubrimiento, una intrépida expedición arqueológica anglo-egipcia plantó allí su campamento en enero de 1923…
. Enhorabuena, jefa! 
. Me ha sabido a poco 
