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Ellaria, Sansa y Madelaf continuaron remando lo más sigilosamente en su bote, mientras oían las últimas invectivas del Capitán Ad Hoc:

—¡BACHIBAZUCS, ANTOFAGASTAS, PAZGUATAS, VOLVED AQUÍ AHORA MISMO! ¡GANAPANES, COLEÓPTERAS…!

—No se cansa este hombre, de verdad… ¡mirad! ¡sale un bote alemán desde la estación! —dijo Sansa.

Al poco rato, las tres valientes llegaron a una pequeña cala, donde desembarcaron. Sacaron unos prismáticos que habían sido de la Agente Lau y observaron atentamente la estación de radar.

—¡Mirad! —dijo Ellaria —En la entrada principal han puesto una ametralladora francesa Hotchkiss capturada, en lugar de una alemana.

—¿Y tú cómo sabes que es una ametralladora Hotchkiss? —le contestó Madelaf.

—Me lo explicó Boubaris, claro —replicó Ellaria.

—Claro, clarísimo… —dijo Sansa. —En la conversación que tuvisteis en el molino abandonado, ¿verdad? Sería justo antes de que le tirases cruelmente a la piedra de moler.

—¡Oye, oye, oye, a ver qué estás diciendo, Sansa! ¡Si tú estabas al lado de Lau Bu en la cena! A ver si no eres tú la chechina…

—Eso no puede ser, Ellaria —replicó Madelaf —porque ese asesinato está ya muy claro que fue obra del vigilante de gatillo fácil, Loboblanco.

Sansa miró a Madelaf haciendo un significativo gesto, moviendo el dedo índice a lo largo de la base de su cuello e inclinando la cabeza levemente hacia Ellaria. Madelaf hizo una muy breve inclinación de cabeza.

—Bueno, dejemos nuestras peleas para más adelante —dijo Sansa —Voy a sacar la radio y a ver si podemos contactar con el submarino inglés.
Sansalayne empezó a montar la radio y empezó a desenrollar también un cable de acero muy fino y muy afilado. Se podía hacer pasar por un inofensivo útil de ferretería, pero lo cierto es que en manos expertas, se convertía en un arma letal. Sansa sujetó un extremo de la parte desenrollada del cable e hizo una breve señal a Madelaf. Ésta agarró con ambas manos la nuca de Ellaria y la empujó brutalmente hacia delante, ensartando su cuello en el cordel de acero.

—Bueno, ya sólo quedamos las dos. Espero que hayamos acertado —dijo Made.

Sansa logró contactar por radio con el submarino británico “Swordfish” para indicarle que se acercara lo máximo posible a la costa, ya que en ese momento iban a intentar entrar en la estación de radar a robar los planos. A continuación, las dos supervivientes se dirigieron hacia la entrada a la instalación. Allí había dos guardias alemanes, a los que Sansa engatusó fácilmente con sus habilidades de Stripper. Madelaf aprovechó la distracción para entrar en el complejo. Dado que era de noche y la estación de radar aún no estaba terminada, no encontró a nadie, pero tampoco tenía mucha idea de dónde buscar los planos.

A los pocos minutos apareció Sansa, que no tenía muchas ganas de explicar cómo se había deshecho de los centinelas. La gitana, que sí entendía de planos, radios y radares, localizó los documentos técnicos de la estación. Madelaf sacó una pequeña cámara de bolsillo, que siempre llevaba encima para sacar instantáneas comprometedoras de sus clientes (su “seguro de vida” como ella la llamaba) y sacó fotos de los planos. Dejaron todo en su sitio y salieron por una discreta puerta lateral.

El problema es que en ese momento ya estaba volviendo el bote alemán que había salido a ver qué pasaba con el capitán Ad Hoc, y las vieron salir. Nuestras heroínas corrieron por la playa como almas que lleva el diablo. Los alemanes les dieron el alto, ellas siguieron a toda velocidad… cuando las iban a disparar, el capitán Ad Hoc, al que había recogido en el bote, empezó a forcejear con los soldados nazis, ganando unos segundos preciosos. Sansa y Made ya estaban bastante cerca del bote en el que habían venido, cuando los primeros tiros de fusil empezaron a pasarles a pocos metros de distancia.

Las heroínas llegaron finalmente al bote y se pusieron a remar desesperadamente, sin saber muy bien hacia dónde, perseguidas por el bote alemán.
Entonces, Sansa dijo:

—¡La Pe’pa! ¡La Pe’pa! ¡Madelaf, killa, ya sale la Pe´pa!

Ante la incomprensión de su compañera, Sansa señaló con el dedo hacia mar adentro. Y allí, efectivamente, empezaba a emerger la torreta del submarino “Swordfish” (que sería “Pez Espada” en francés, “Pe’pa” en dialecto calé).

Las valientes remaron y remaron, pero al final, como era casi inevitable, una bala alemana acabó haciendo blanco. Sansa se desplomó en el bote, sangrando profusamente por un costado. Ese fue el momento en que se reveló que Made era la Doctora, taponando la herida con vendajes improvisados y logrando que su compañera salvase la vida. Con un último esfuerzo, la doctora logró remar hasta “La Pepa,” donde los marinos británicos se hicieron cargo de ellas y las llevaron a la relativa seguridad de Inglaterra, donde pasarían el resto de la Segunda Guerra Mundial.
Allí, casualidades de la vida, Madelaf se encontró con una prima suya que había estado en Egipto unos años atrás, y Sansa trabajó en el centro de descifrado de códigos alemanes de Bletchley Park:



Una pena que Ellaria hubiera dejado la Política para convertirse en traidora y no llegar a ver este triunfo del Pueblo Verde...

LE CHECHINE DE LA RÉSISTANCE C’EST FINI