Capítulo 5: Ya no quedan pueblerinos en mar, tralalala lalalaaaaaaaa escribió:
Boubaris estaba desesperado, tantos días en aquel campamento y aún no había visto ninguna bubi. ¡Aquello no podía seguir así! Por ello, había ideado un plan; se coló a hurtadillas en la caseta de las duchas y buscó un sitio para esconderse.
«Tal vez en la planta de arriba»
Subió por una escalerilla de madera y se coló en el falso techo que había bajo el tejado de la cabaña. Allí no había nadie, tan solo algunas cajas viejas. Era el escondite perfecto. Encontró además un madero suelto que podía moverse sin mucho esfuerzo, permitiendo mirar al piso inferior.
«Sí, desde aquí podré verlas sin que me descubran».
No tuvo que esperar demasiado hasta que aparecieron Asha y Sansalayne. Ambas parecían estar enfrascadas en una discusión.
—Tanto mejor, así estarán despistadas —murmuró Boubaris mientras observabas como las chicas cogían unas toallas y se dirigían a las taquillas.
—¡Hey! ¿Quién anda ahí? —se alzó una voz asustada.
Boubaris se giró y vio a Gerold Dayne asomar la cabeza del interior de una de las cajas.
—¡Sal de aquí! ¡Éste es mi escondite! —gritó el asustadizo joven.
—¡Chissst! ¡Calla! —le rogó Boubaris llevando el dedo índice sobre sus labios.
—Seguro que venían a asesinarme. Sois todos malvados. ¡Socorroooooooooooo! —Gritó Gerold.
—¡Aaah! ¿Qué es eso? —preguntó Asha cuando estaban a punto de desvestirse.
—Viene del piso de arriba —dedujo Sansalayne—. ¡Vamos!
Boubaris reaccionó rápidamente y se escabulló por el ventanuco de ventilación del tejadillo. Gerold no estuvo tan avispado, y fue sorprendido cuando apenas había salido de su caja.
—Seguro que nos estabas observando. ¡Pervertido! —exclamó Sansalayne.
—Esto no puede quedar así —dijo Asha, que corrió a interponerse entre Gerold y el ventanuco.
—Yo, yo… —tartarmudeó Gerold.
Los gritos no tardaron en atraer la atención del resto del campamento, pues Antares, Serenere y un falsamente sorprendido Boubaris aparecieron poco después por la escalera.
—¿Qué está pasando aquí? —Preguntó Serenere.
—¡Es Gerold! —lo acusó Sansalayne—. Se había escondido aquí arriba para vernos en las duchas.
—¡Oh! ¡Qué vergüenza, Gerold! —le reprochó Boubaris.
—Linchémosle —propuso Sansalayne.
—Sí, linchémosle —la apoyaron Serenere y Boubaris.
—Un momento —intervino Asha mostrando un atisbo de compasión—. Démosle al menos la oportunidad de defenderse.
—Esto… No fue idea mía. ¡Fue de Serenere! —afirmó Gerold.
—¡¿Qué?! —exclamó con incredulidad la interpelada.
—Sí, yo no quería, pero Serenere me dijo que si hoy me escondía aquí podría ver bubis y la dejaría a ella en paz —insistió Gerold.
—No le creáis. ¡Miente! Eso no tiene ningún sentido —se defendió Serenere.
—Cierto, pero… ¿acaso hay algo en esta partida que lo tenga? —replicó Asha.
—Pues también es verdad —admitió Serenere.
—El caos se ha adueñado del campamento y las cosas sin sentido son las únicas que tienen cabida en aquí —afirmó Antares—. Si hay algo que podamos hacer por ti antes de…
—Acabad con Asha —respondió con convicción la muchacha—. Si yo no puedo ganar, al menos que lo haga otro maloso.
—Es buena idea —sonrió con maldad Sansalayne.
—Sí —afirmó el resto, incluida la propia Asha.
Los cinco se armaron con objetos contundentes y rodearon a su víctima.
—Lo siento,
Serenere, has llegado lejos, pero el pueblo ha hablado —sentenció Asha.
Y la molieron a palos.
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Sansalayne caminó hacía el muelle del lago Nevski. Allí la estaban esperando dos sombras encapuchadas.
—Bienvenida, Sansalayne —dijo el Maestro sectareo—. Nos alegra que hayas acudido a nuestra llamada.
—¡Holis! —saludó Sansalayne—. Gracias a vosotros por invitarme. Tenía ya ganas de entrar en vuestra secta.
—Nos alegra escuchar eso.
—Llevo desde que llegué al campamento liándosela parda a todo el personal, pero eso ya no me basta. Necesito algo más. ¡Necesito MATAR! ¡CHECHINAR!
—Pues estás en el sitio indicado —afirmó el Maestro—. Se una buena discípula y…
—¿Discípula? —le cortó bruscamente la muchacha—. Oye, yo no vengo a recibir órdenes de nadie. Yo vengo a mandar.
—Pero, aquí el jefe soy yo —replicó el Maestro.
—Eras, majo, eras… —volvió a interrumpirle Sansalayne. Luego se giró hacia el otro encapuchado—. Oye, tú, pasmarote. Ahora yo soy THE QUEEN, así que mata a este mindundi y ocupa tu puesto a mi lado, como Reina y vasallo.
Las hipnóticas palabras de Sansalayne hicieron efecto en el ánimo del acólito, pues éste se revolvió contra su maestro y lo atacó.
—¡Ja, ja, ja! —rió Sansalayne.
El Maestro trató de zafarse de su aprendiz, pero éste le tenía bien sujeto por el cuello y apretaba fuerte, muy fuerte, cada vez más fuerte… El Maestro sentía que cada vez le costaba más respirar, le faltaba el oxígeno, y la risa maquiavélica de Sansalayne le taladraba los oídos. En un último y desesperado intento por no morir estrangulado, hizo acopio de todas sus fuerzas y con un brusco empujón consiguió quitarse a su atacante de encima. Éste perdió el equilibrio, trastabillo y arrolló con su cuerpo a Sansalayne. Ambos cayeron al agua.
—¡Socorro! —gritaron ambos.
El Maestro dudó unos instantes mientras los observaba desde la plataforma del muelle.
—Sácame de aquí y me convertiré en tu nueva acólita —le dijo Sansalayne.
El Maestro se agachó y estiró el brazo hacia ella.
—Muy bien, muy bien —canturreó zalameramente Sansalayne mientras le tomaba la mano—. Eres un buen chico. Ahora iremos a tu cabaña, me cederás tu túnica y me llamarás Maestra.
El asintió y procedió a sacarla del agua.
—¡Nooooooooooooooooooo! —gritó el acólito, que agarró por la espalda a Sansalayne y la tapó la boca. Ella trató de liberarse, pero la presa era fuerte.
--¡Mmmfffppp! –farfulló desesperada la chica.
Cuando por fin estuvo a salvo del poder hipnótico de la voz de Sansalayne, el Maestro recuperó el control sobre sí mismo. Cogió la cuerda de su túnica, y con ayuda de su acólito la amordazaron, la ataron las manos a la espalda, y finalmente la arrojaron al lago Nevski, en donde
Sansalayne descansaría en paz.
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Asha le había propuesto huir juntos. El Campamento Chechino era el MAL absoluto, y ella una joven buena e inocente. No pintaba nada allí, ni merecía morir. Por eso le pidió ayuda a él, la única persona en quien de verdad confiaba. Aquel chico era de fiar, estaba segura, así que unirían sus fuerzas para escapar de allí.
—Vamos, deprisa —le apremiaba Asha mientras corrían.
El chico hizo un gesto afirmativo, pero al mismo hurgó en su mochila y extrajo una máscara blanca que no dudó en ponerse.
—¿Para qué es eso? —le preguntó Asha.
—Ehhhh, los mosquitos. Sí, para los mosquitos y tal.
Asha asintió y siguió corriendo. El muchacho volvió a rebuscar en su mochica, sacando en esta ocasión un enorme cuchillo ensangrentado.
—¿Y ese machete? —inquirió ella.
—Habrá que abrirse paso entre la maleza, ¿no? —replicó él.
—Está ensangrentado.
—He hecho salmorejo para merendar.
—Ah, qué bien. ¡Qué majérrimo eres!
Reanudaron la marcha, avanzando a buen ritmo durante unos doscientos metros, momento en que un hedor penetrante hizo que la chica se detuviera.
—¡Arghhh! Huele a letrina, como si Culosucio estuviera cerca —esputó
Asha entre arcadas—. Pero aquí sólo estamos tú y yo. ¿Cómo es posible?
, pero un poquiro malosillo sí eres 
. Permanezcan atentos, queridos chechinillos. 
