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Ha caído una estrella

—¡Corten! – gritó, ofuscada—. Así no hay manera de hacer nada. Esta toma no sirve.
—¿A quién le hablas? —le respondió una chica que se le parecía bastante, aunque con un rostro más dulce—. Recuerda que Estel ya no está para dirigir esto.
—Vamos, prepara otra.
La otra chica cogió la cámara, descorrió unas cortinas —“a ver si así”, pensó— y empezó a grabar.
Empezó a declamar.
“…dale también tu alegría… cuando tu alma vive con alegría…ofrécesela. Tu alegríiiiiiia… Amigo, sé libre.”
—No sé, no me convence… No es meyalayer.
—Quizá podrías decirle a las chicas que volviesen…—respondió la jovencita, Flor, que desde que sus otras hermanas habían dejado el grupo sus otras hermanas era el blanco de los arrebatos tiránicos de Montserrat.
—¡A callar! —sobre mi tumba.
—Me parece perfecto—dijo una voz femenina en las sombras, mientras se oían unos pasos avanzando por el pasillo—. Todas tus vidas has sido insoportable, pero en esta te llevas la palma.
Las hermanas la miraban con extrañeza.
—¿Qué me está contando, señora? —dijo Montserrat.
Ss se quitó la capucha que le cubría el rostro.
—Para ti, Lady Madrid.
Flor se fue corriendo por la puerta de la cocina – stage, gritando.
—¡Ha venido Lady Madrid! ¡Aleluya!
Montserrat no daba crédito. Sansalayne empezó a reírse como una loca.
—Sólo estamos tú y yo— Sacó una pistola y disparó—. Bueno, sólo yo.
En el suelo yacía Montserrat, la reencarnación 101 de la shenani Serenere.

Al dente
Se revolvía en la cama. Las pesadillas eran cada vez más frecuentes. Veía su cara, su cuello, su hombro. “vaffanculo! vaffanculo!” sonaba en su cabeza y veía la cara borrosa de un antiguo rival.
Se despertó jadeando y cubierto de sudor.
—Chielini ha vuelto—dijo.
—Te equivocas—respondió alguien detrás de la cortina—. No soy Chielini.
Saltó sobre él.
Al día siguiente los periódicos internacionales abrieron con la extraña noticia de que la estrella del fútbol Luis S. había aparecido muerto en su cama. Al parecer, lo habían matado a bocados. Ahí acababa para siempre Loboblanco.