Nuestros héroes se dirigieron, aturdidos por lo que habían visto y vivido, a casa de LV Hamsa para descansar. Al fin y al cabo, les quedaban II días antes de la ceremonia prevista en el templo de Plutón Verbenero. Allí cogieron fuerzas, comieron bien, no se bañaron en las termas de infausto recuerdo y planearon su estrategia.
La noche señalada, nuestros III héroes acompañaron a la comitiva imperial que se dirigía al templo de Plutón Verbenero. El Emperador en persona no iba, sino que lideraba el cortejo Asiático, su mano derecha.
Una vez en el templo, la numerosa comitiva entró en una amplia gruta que se abría justo debajo del edificio; era el punto de contacto establecido por la religión romana entre los vivos y la Legión Insepulta. Una vez allí, el sumo sacerdote de Júpiter, Caius Malaius, que por supuesto estaba allí, vio a nuestros héroes y advirtió a Asiático. Este les interpeló:
—¿A qué habéis venido aquí? Dice Caius Malaius que buscasteis en el templo de Júpiter Óptimo Máximo profecías sobre este momento.
—Así es, Asiático —respondió Liadriel. —Nuestro deseo era ayudar al Emperador a que este ritual tenga éxito.
—Por eso buscamos las profecías – remachó Madelaf.
—Ah, bueno, está bien, está bien —dijo Asiático —Veo que sois súbditos leales del Emperador. ¿Habéis descubierto algo de interés en las profecías?
—Sí, Excelencia —dijo Madelaf —Cuando llegue el momento culminante del ritual, le daremos al representante de la Legión Insepulta un talismán que asegurará el éxito.
—¡No les hagáis caso! —dijo Caius Malaius —¡Son una panda de traidores! ¡Timeo chechinillos et dona ferentis! (Temo a los chechinillos aunque traigan regalos).
—Nada, nada, Caius Malaius. Parecen de fiar. Venga, poneos aquí conmigo en primera fila, y lanzad vuestro talismán cuando toque.
El sumo sacerdote de Plutón comenzó la ceremonia. Una nube de incienso y otras hierbas aromáticas se cernió sobre el lugar. El coro de ultrarrumba, traído expresamente para la ocasión desde la provincia Tarraconense, comenzó a cantar; se ofrendaron varios animales muertos al dios de los infiernos… y al rato apareció el comandante de la Legión Insepulta:
Este comandante no era otro que Cayo Terencio Varrón, el cónsul que tenía el dudoso honor de haber contribuido más tropas que nadie a la Legión Insepulta en un solo día, al perder la friolera de VIII legiones completas (sí, ocho) contra Aníbal en la batalla de Cannas.
—¿Quién osa perturbar el descanso de los muertos? —dijo el espectro, con voz cavernosa.
—Asiático, en nombre del Emperador Aulo Vitelio. Cayo Terencio Varrón, legado perpetuo de la Legión Insepulta, yo te conmino a que entregues tus tropas para el servicio de nuestro victorioso Emperador.
—Ah… ya veo… victorioso… bien, pues ahora debes decirme, Asiático, a qué valeroso enemigo ha derrotado el Imperator Vitelio. ¿A los salvajes galos? ¿Los taimados cartagineses? ¿Quizá los decadentes macedonios, que se protegen tras filas de largas picas?
—Ninguno de esos, Legado —intervino Loboblanco, cortando a Asiático —Aulo Vitelio ha derrotado al más duro oponente que existe en el mundo conocido.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es ese enemigo? ¿Los germanos? ¿Los persas?
—No, mi señor —replicó Madelaf. —El enemigo más duro de la legión romana es… otra legión romana.
El espectro se paró a considerar esas palabras, desconcertado. Poco a poco, a medida que comprendía lo que la princesa le había dicho, la rabia empezó a apoderarse de él.
—¿Me estáis diciendo… me estáis diciendo que Aulo Vitelio se ha proclamado Imperator y ha celebrado un triunfo por haber derrotado a otros romanos en una guerra civil?
—No bueno, no es exactamente así —dijo Asiático, nervioso. —También ha vencido a muchas tribus germanas en el Rin y…
—Aquí tenéis la prueba, Legado —dijeron al unísono los tres chechinillos, lanzándole la moneda de Erica L’Aquila al espectro. —¡Leed la moneda!
—AVLVS VITELVIS IMPERATOR … OTHO IMPERATOR INTERFECIT. ¡Pero qué vergüenza es esta! ¡Aulo Vitelio Imperator, mató a Otón Emperador! ¡Este Vitelio es un vulgar usurpador! ¡Vencedor de una guerra civil! ¡Ahora dime, Asiático! ¿Contra qué enemigo quieres que luchen mis hombres?
—Ehhhh… pues… no le va a gustar pero… la idea era que… que… sus hombres luchasen contra las tropas de Vespasiano, que se ha proclamado Emperador en Oriente.
—¡¡¡POR LAS PELOTAS DE MARTE!!! —Dijo el cónsul espectral; (aquel era el juramento más fuerte en el Ejército romano, ya que, según la mitología romana, los genitales del dios de la guerra habían fecundado a Rea Silvia para engendrar a los gemelos Rómulo y Remo) —¡Qué desvergüenza! ¡Queréis dejar a Roma desprotegida frente a los gules, para una absurda pelea fratricida! ¡Oh, tempora! ¡Oh, mores! (¡qué tiempos! ¡qué costumbres!). ¡Legión Insepulta, Centurias I y II! ¡En formación “caput porci!” (cabeza de cerdo)
La tensión era máxima en el templo de Plutón Verbenero. ¿Aceptaría Varrón, pese a todo, el mandato del Emperador? ¿O lo rechazaría sin más, haciendo gala de una integridad y unos valores cívicos que no se acostumbraban ya en la época imperial?
Pronto salieron de dudas, cuando dos centurias de legionarios no muertos arremetieron a paso de carga contra la multitud. Docenas de cortesanos, corifeos, guardias pretorianos y simples espectadores cayeron ante las lanzas y espadas de los legionarios. Nuestros héroes no fueron atacados, lo que les dio la ocasión de huir de Roma a través de las catacumbas. La ciudad de Roma se había salvado de ser pasto de los gules.
¡ENHORABUENA POPVLO VERDE! ¡POPVLVS VINCIT!
CODA
En diciembre de ese mismo año, las tropas de Vespasiano derrotaron a las legiones de Vitelio, marcharon sobre Roma y ocuparon la ciudad. Aulo Vitelio murió en los combates callejeros, en los que, por cierto, ardió el templo de Júpiter Capitolino, con Caius Malaius dentro; en cambio Asiático fue capturado vivo. Una de las primeras medidas del nuevo Emperador, Flavio Vespasiano, fue anular todas las normas y decretos aprobados por su predecesor. Entre ellas, la manumisión de Asiático, con lo que volvía a ser esclavo. La razón de ser de esto, es que sólo a los esclavos se les podía crucificar…
Al caer la noche, Asiático llevaba ya unas diez horas en la cruz. Tres figuras embozadas, Loboblanco, Liadriel y Madelaf, se acercaron al lugar. Pagando un jugoso soborno al legionario que le custodiaba, bajaron al traidor de su cruz.
—Hola, Asiático —dijeron —Venga, ven con nosotros. No mereces morir así.
—Gra…gracias —replicó el liberto.
—No nos las des todavía—contestaron.
Los tres chechinillos dieron un poco de agua a Asiático y se lo llevaron de allí. Encaminaron sus pasos a una necrópolis situada a las afueras de la ciudad, en la Via Ardeatina. Allí buscaron un lugar apropiado entre las tumbas.
—¿Adónde... adónde me traéis?
Los chechinillos no contestaron. Dejaron a Asiático sobre una lápida, se retiraron unos XXX pasos y se ocultaron tras un mausoleo de mármol de alguna familia rica. A continuación, Loboblanco sopló dos veces un silbato de plata.
Al minuto o así, aparecieron varias figuras aproximándose cautelosamente entre las tumbas. Sus movimientos eran repulsivos. ¿Eran acaso humanos bestializados por llevar generaciones viviendo en la necrópolis, alimentándose de carroña? ¿O tal vez perros salvajes que habían adquirido un rudimento de conciencia por devorar durante siglos cerebros humanos? Fueren lo que fueren, husmeando, llamándose con aullidos guturales, caminando, arrastrándose o a cuatro patas, un grupo de media docena de aquéllas criaturas fue rodeando poco a poco a Asiático.
Los chechinillos contemplaban la escena entre la fascinación y el horror. Al cabo de unos minutos de tensión, los gules se abalanzaron súbitamente sobre el liberto, empezando a devorar su cuerpo antes siquiera de molestarse en matarlo…
-Madre mía, qué horror -dijo Liadriel, la Sanadora, que en el fondo tenía un alma compasiva.
-Hemos hecho cosas peores, Liadriel -respondió Madelaf, la Justiciera. -Hemos matado a varios inocentes y ese desgraciado... estaba condenado a morir de todas formas.
-Eso sí, no hay peor comienzo posible para su nueva vida. Pues la muerte no es el final del camino, sino el comienzo de otro nuevo -dijo Loboblanco, el Nigromante.