Loboblanco, que no era tan diestro manejando el bote como Nalibia, embarrancó de mala manera en el pequeño Cayo Blanco del Sur, a pocas millas de la isla de Cuba. Allí vivió durante muchos años como un solitario Robinson, sin prácticamente ningún contacto humano para no ser ajusticiado como pirata por las autoridades españolas. La leyenda del pirata abandonado llevó a los habitantes de la zona a renombrar el islote como “Cayo Loboblanco del Sur.” Pero ese no sería su último cambio de nombre. Pues ese cayo sería regalado por Fidel Castro a la Alemania Oriental en 1972, y rebautizado como “Cayo Ernesto Thälmann” en honor a un líder comunista alemán del período de entreguerras. Aquí una foto de la ceremonia de entrega de la isla:
El duro revolucionario alemán sin duda se habría sentido complacido de saber que había compartido su isla con un “Nivelador” del S.XVII. Junto a este busto de Thälmann, debería haber otro del
Justiciero Loboblanco:
Nalibia, haciendo navegar con pericia su bote, logró desembarcar en una pequeña caleta al sur de la isla de La Española. Por desgracia para ella, fue rápidamente apresada por una patrulla de la milicia local. Al principio, estaba inquieta al temer que la fueran a juzgar en el pequeño puerto de Palmar de Ocoa. Pero luego se quedó más tranquila cuando le dijeron que la iban a llevar, junto con otros delincuentes y piratas, a la Audiencia de Santiago de los Caballeros, en mitad de la isla.
La recua de mulas emprendió el camino, que pronto abandonaba la zona de playas y marjales para adentrarse en una frondosa sierra. Si Nalibia no hubiera estado tan débil por el escorbuto, quizá habría buscado la oportunidad de escapar. También es cierto que confiaba en el destino que le había leído aquélla bruja portuguesa hacía tantos años.
Cerca del atardecer, la pequeña expedición fue alcanzada por un correo que venía al galope. Entregó apresuradamente una carta a la capitana de la milicia y se fue tan rápido como había venido. La cara de la oficiala española se ensombreció.
—Separad a los piratas del resto de prisioneros —ordenó a sus soldados. Una vez hecho aquello:
—Buscad árboles adecuados para colgarlos. Pedidles sus últimas voluntades y dadles confesión.
Nalibia no se podía creer aquello. Cuando le preguntaron cuál era su último deseo, respondió, sin darse mucha cuenta:
—Quiero que me digáis el nombre de este lugar.
—Sea como queréis, pirata. Vais a ser colgada en el Puerto de Jarabacoa.
La pirata china entendió en ese momento la ironía del destino. Qué apropiado para una intérprete como ella, morir por una palabra con dos significados. Nalibia empezó a reír como una posesa, no podía parar.
—Ahorcad primero a la china. No sé si es bravura, locura o ambas cosas, mas no puedo soportar oír esta risa por más tiempo —dijo la capitana española.
Así falleció
Nalibia, pichilingui, timonel, Comodín, Loca y finalmente,
Asesina de Reemplazo.