Turno 5 escribió:
Una noche más, Sansalayne entró en los servicios con su inseparable fregona de siete velocidades. Sin embargo, esta vez no iba a limpiar, sino a enfrentarse a su archienemigo, el fantasma del WC.
-Escúchame, maldita criatura. Sé que estás ahí y no te tengo miedo. ¡Sal de tu escondite, muggle infecto!
Una espesa bruma surgió del retrete y comenzó a cobrar forma…
-¡Hola Fanfalayne!
-¡El fantasma del dinosaurio azul que fefea!
-Ffffffi, foy yo quien ha eftado aquí efte todo efte tiempo. ¿Qué hafef en mif dominiofffff?
-¿Por qué has estado asustándome todo este tiempo?
-Eref muy mala Fanfalyne... y lo fabef.
-No, no lo soy. Soy buena.
Nuevos humos brotaron del retrete central, transformándose en esta ocasión en imágenes de Madelaf y Lauerys.
-No mientas, malvada pirómana –la acusó Madelaf-. Los pirómanos que queman cosas, en cosas quemadas los pirómanos convertirán, porque malvados son quienes los queman, es decir; ellos.
-No te enrolles, leñe –interrumpió Lauerys.
Los tres fantasmas se abalanzaron sobre
Sansalayne, la inmovilizaron y la arrastraron al interior del retrete.
-¡Echemos un poquito de tomate a la ensalada!
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Agus seguía corriendo como un loco por los pasillos de la Chechijuguetería.
-¡Fuego! ¡Fuego! ¡Vamos a arder todos!
Una sombra se acercó a él armada con una regla de Hello Kitty.
-Mira majo, ya me tienes hasta las narices con tanto berrido. Te he respetado porque eres un pipiolo sin maldad, pero, qué leches, ¡el becario al Calvario!
Y así fue como
Agus fue ejecutado sin más, acuchillado con una regla de cinco céntimos.
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Pulgar estaba enfrascado en terminar el inventario. Clasificaba los distintos tipos de juguetes por baldas y tomaba nota de cuántas unidades quedaban de cada modelo. Alguien se acercó a él.
-¡Hola, Pulgar! Pareces muy atareado hoy.
-Ah, hola –respondió el conejito devolviendo el saludo-. Aquí estoy, a ver si termino pronto y me echo un sueñecito.
-¿Quieres que te ayude?
-Pues mira, no me vendría mal. No encuentro los muñecos de bogavante. ¿Me echas una mano?
El amable visitante asintió y subió por la escalera para revisar las estanterías superiores. Encontró varias caja llena de muñecos de bogavantes; los había rojos, verdes, blancos, amarillos... ¿Cuáles querría?
-Ya los tengo. ¿Qué hago ahora? –Gritó desde lo alto.
-Necesito saber cuántos hay –contestó Pulgar.
-Son un montón.
-Buenos, pues bájalos y ya los cuento con calma.
El visitante se encogió de hombros, agarró las cajas repletas de muñecos y las dejó caer hacia el suelo. El pobre
Pulgar no lo vio venir y quedó sepultado bajo cientos de bogavantes de plástico. Si no conseguía salir de allí pronto… ¡Moriría sepultado!
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Alguien lloraba profundamente la muerte de Sansalayne y anhelaba… ¡VENGANZA! Encendió una cecilla mientras tarareaba un pegadizo villancico:
En el portal de Belén,
se han reunido los Chechinos.
Echa queroseno al almacén,
que de un golpe los fulmino.
Arden, arden, arden,
arden los Chechinos.
Arden, arden, arden
como cebollinos.
Aslan se había encerrado en la oficina sindical y reía maliciosamente. Todos creían que era un buen tipo, pero la realidad es que ocultaba su verdadero rostro bajo una máscara. Era… ¡un cambiacapas! Le hubiera gustado hacer muchas maldades, pero acabó más churruscadito que el mendrugo de pan que se cuela por la rejilla de una tostadora.
Tampoco le fue mucho mejor a
Pulgar. Los bogavantes estaban hechos de mala calidad, plástico Made in Alemania, así que prendieron rápidamente convirtiendo al Conejito en una deliciosa barbacoa.
Las llamas también envolvieron la cinta de embalar, pero Asha tenía a mano un bote de nivea factor 5000.