Al día siguiente, dentro del “Almirante Chechinoff”, el capitán Marko Ramius dirigía una arenga a toda la tripulación:
— Marineros, marineras: hoy es un día histórico para nosotros, para este buque y para nuestra querida patria socialista soviética. Este submarino, prácticamente indetectable, debido a su nuevo sistema de propulsión hidro-magneto-dinámica, abrirá un nuevo capítulo en la historia de la Guerra Fría. No puedo revelarles aún el contenido exacto de nuestra misión, pero sí les puedo avanzar que, si la completamos con éxito, -mejor dicho, “cuando” la completemos con éxito- nos dirigiremos ¡a Cuba!, -los vítores y exclamaciones de entusiasmo de la marinería se vieron interrumpidos por gritos de horror. Todos los oficiales se dirigieron precipitadamente al puente de mando: pues allí yacía, en un charco de sangre, el pobre marinero Penejot Randomovich.
El oficial médico del navío se acercó al cadáver y encontró una cinta de cassette y un bolígrafo bajo el cuerpo. La Oficiala de Transmisiones, Lauerys, fue a su camarote y trajo su radiocassette. Tras enhebrar diestramente la cinta con el bolígrafo, puso la cinta en el reproductor y le dio al “Play:”
“Ash Nazg Durbatuluk, Ash Nazg Gimbatul…”
-¿Alguien habla búlgaro aquí? -preguntó la cocinera, Sasha Layne.
La joven y sabihonda cadete Asha, naturalmente, tenía un nivel B1 como mínimo en todas las lenguas oficiales de países pertenecientes al Pacto de Varsovia. Dijo:
-No es búlgaro, es que está reproduciendo la cinta al revés.
La oficial de Transmisiones hizo caso a la joven cadete sin comentario alguno. Este fue el mensaje que escucharon los oficiales:
“Soy uno de los oficiales del “Almirante Chechinoff.” Rendid el submarino y no haré daño a nadie más. Sólo pretendo entregar el buque a los Estados Unidos para hacerme millonario y retirarme allí. Podéis apuntaros a mi causa o… ir muriendo uno por uno. La elección es vuestra. Por cierto: Moscú sabe lo que quiero hacer. Envié una carta al Almirantazgo justo antes de partir. Probad a pedir ayuda si queréis… He saboteado todas las comunicaciones con el exterior.”
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Poco más o menos a la misma hora, en la lujosa sede del Ministerio de Marina en el Kremlin, tenía lugar una agitada reunión. La ministra, Camarada Isisova, enseñaba agitadamente una carta a sus colegas, que repetía el contenido de la nota encontrada en el sumergible:
- El matasellos indica que la envió justo antes de embarcar -señaló la Coronel Asurbanipalova, jefa de Contraespionaje de la Flota.
- Bueno -dijo el Contraalmirante Shaggarof -tampoco lo veo tan grave. El resto de oficiales seguro que dan cuenta del traidor.
- Además, a bordo viaja una agente secreta de la KGB. Está entrenada precisamente para eliminar amenazas de ese tipo -añadió Asurbanipalova.
- Pues a mí no me gusta nada esto -terció Nalibia, la oficiala de enlace germano-oriental para la misión. -Supongan, por un momento, que ese traidor se sale con la suya. Nunca lo sabríamos, ya que hemos perdido la comunicación con el submarino. ¿Saben lo que yo haría? Decirle a los yanquis que el capitán Ramius se ha vuelto loco y se dirige hacia sus costas para lanzar los misiles nucleares sobre Washington y Nueva York. Que nosotros lo estamos buscando para hundirlo… y que les sugerimos que ellos hagan lo mismo.
- Tiene razón –contestó la ministra. -Perder un submarino, bueno, siempre se puede construir otro igual. Pero permitir que esta tecnología punta caiga en manos norteamericanas, eso sí que sería un desastre.
Al cabo de media hora, el “premier” soviético, Konstantin Chernenko, descolgaba el mítico “teléfono rojo” que le daba línea directa con su homologo norteamericano, Ronald Reagan, para informarle de que un submarino renegado y virtualmente indetectable se dirigía hacia el Atlántico Norte, con intención de iniciar la III Guerra Mundial.
La caza había comenzado.
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Aprovechando la conmoción en el puente de mando, un oficial se adentró sin ser advertido en la sala que albergaba el reactor nuclear. No llevaba traje de protección, ni lo necesitaba. Pues este individuo había estado expuesto a una dosis muy superior a la mortal en un accidente nuclear que las autoridades comunistas habían ocultado. Tan bien lo ocultaron, que los escasos supervivientes ni siquiera fueron sometidos a pruebas médicas.
La radiación había tenido un efecto sorprendente en él. Sus sentidos se habían amplificado, su cerebro era capaz de captar impulsos electromagnéticos, inadvertidos al común de los mortales…
Él tenía claro que el futuro de la Humanidad pasaba por la energía nuclear. Había que exponer al mayor número posible de personas a una dosis de radiación como la que había sufrido él, para que el suficiente número de individuos mutase como él y así la especie pudiera evolucionar a un estadio superior.
Era totalmente consciente de que el 99% o incluso el 99,99% de la gente moriría, pero… como decían los gerifaltes de su país, no se podía hacer una tortilla sin romper huevos.
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Esa misma tarde, en el Pentágono, se celebraba una tensa reunión en medio de una nube de humo de cigarrillos.
El Contraalmirante Barry Corbin inclinaba su gruesa figura sobre un mapa del Atlántico Norte mientras señalaba varios puntos:
-Tenemos que desplegar unidades antisubmarinas aquí… y aquí. Alertar a la base de Keflavik en Islandia, por si intenta pasar por allí…
La analista de Inteligencia Naval, Erika Ryan, miraba con escepticismo al Contraalmirante jugar a los barquitos mientras ojeaba su dossier sobre el capitán Ramius. De repente, sin venir a cuento, dijo:
-¡Qué hijo de puta! ¡Pero será hijo de puta!
Todas las miradas se concentraron en la joven analista, intentando traspasar el humazo del tabaco.
-¿Saben qué día fue ayer? -contestó ella, cuando estuvo segura de haber captado la atención de toda la sala.
-Pues… 20 de junio, claro -terció el Comodoro Kinkaid.
-¿Y qué pasó el 20 de junio hace exactamente 9 años?
-Uhmmm…. ¿Que los Bullets ganaron a los Lakers por primera vez en 15 años? -respondió la capitana Smith, granjeándose unas cuantas risas en el auditorio.
-Hace exactamente 9 años -replicó en un tono mortalmente serio Erika Ryan -se estrenó la película “Tiburón.” Y ese mismo día, el hermano pequeño del capitán Ramius debutó en el Atlético de Vilna.
-¿Y bien? -terció Kinkaid nuevamente. A la agente Ryan le encantaba mantener a todo el mundo en suspense.
-Pues que la fecha en que Ramius ha comenzado la operación no es casual. ¡Intenta decirnos algo! Su misión tiene algo que ver con los tiburones, estoy segura. Y además, el capitán Marko Ramius siempre ha tenido mucha envidia de su hermano pequeño: Serguei Ramius, la gran estrella del fútbol lituano.
-Y ahora que le dan un submarino indetectable… Marko quiere jugar a ser el capitán del Atlético Invisible -intervino la chisposa Smith.
Tras fulminar con la mirada a la graciosilla oficial, Ryan terminó su intervención:
-Lo que digo es que algo raro pasa por la cabeza de ese capitán. No podemos asegurar que vaya a intentar provocar la III Guerra Mundial. ¿Y si lo que pretende es desertar y entregarnos su submarino? ¿Y si los rusos nos están mintiendo? ¿No sería un golpe maestro hacernos con esa tecnología?
El Contraalmirante Corbin contestó:
-Agente Ryan, ¿dónde estaba usted el 7 de diciembre de 1941? El día del ataque japonés a Pearl Harbor, ya sabe.
-¿Yo? Yo no había nacido, claro. ¿Por?
-Se nota. Porque no tiene usted ni idea de lo que es un ataque sorpresa, y esto huele a kilómetros. Me encantaría hacerme con ese juguetito, créame, pero… Estamos en una situación de Peligro Inminente. No es momento para su Juego de Patriotas. Si mis barcos o mis aviones localizan al “Almirante Chechinoff,” dispararán primero y preguntarán después.
-Entonces, me aseguraré de encontrarlo yo primero – contestó Erika Ryan con altivez. Recogió su gorra y salió de la sala.
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